∴ Caffeina ∴

El café fuerte me resucita, me causa un escozor, una carcoma singular, un dolor que no carece de placer. 
Más me gusta entonces, sufrir que no sufrir.
- Napoleón -




      No prometo levantarme sin que ese olor trasgresor inunde vil sobre todos mis sentidos y mi sueño de vivir. El agua levita desde su mito, ardiendo por un calor temperamental; talvez revive su histórico anhelo de alcanzar a ser nube de nuevo, pero en su paso un filtro oscuro lo constriñe en amargura. Logra subir aún, chamuscado, sucio, así sube todavía más cuando piensa que todo lo ha logrado, cuando un centímetro es lo que diferencia al infierno del cielo, y sin embargo cae,  cae hasta el fondo de la cafetera italiana rellenando el espacio de su óleo expansivo. La ley de la taza. Ley de mañana, de tarde, ley de noche.

Bajando por un boquete de la sierra Madre Occidental el mundo parece detenerse. Un enclave escondido, perdido entre el camino de terracería que pocos automóviles se atreven pasar. Detrás de las gigantes parotas corren las sombras de un pasado paraíso. Tiempos donde caminaron los de antes sin apenas tocar, cual si toda naturaleza fuera predestinada a su salvaguarda, en un acomodo museográfico excelso de cómo era antes, cuando no estábamos, cuando todo era como el inicio. Debajo de la selva se esconden los cafetos, introvertidos. Siento que a ellos no les importa vivir bajo la sombra del otro. Tanta su humildad. 


El café es un cultivo noble, dice el viejo Salomé en el poblado de La Cuesta.

      Sabio si lo dices a las ocho de la luna con una taza oscura que refleja la noche, tumba universal del sueño. Pero he de tomar. Tomar la taza donde sea. Dos frente a la avenida de una ciudad ajena. Cinco si me siento en Samborns y la bella mesera me acosa con rellenados infinitos. Acerco las fauces y aspiro su hedor para que me sucumba a sus raíces tostadas.  Los parpados se dilatan premurosos ante el infatigable combustible. Un aroma circunda mi paladar, el cuerpo de su espíritu, la acidez en el punto exacto de la elocuencia. El  mundo consume café. Quienes de él nos tomamos cual barandal, dependemos de él. Pues ese líquido negruzco que medula entre tus labios y los labios de tu taza, es la vigía de los sabios, es la imaginación de lo invisible, ante todo es el consejo que te empuja a la orilla de la existencia donde sin titubeo corres de puntitas. Según las estadísticas, el café anda rondando en los primeros lugares en exportaciones mundiales, tan sólo debajo del rey combustible, el hidrocarburo. Supongo que el petróleo ahora se cotiza mejor cuando las máquinas valen más que cualquier ser humano. Pero no seamos tan duros con nosotros mismos,¡Amémonos! Digo, los burócratas toman café. Los campesinos esperan con café y piloncillo mientras el vale ensilla la mula. El escritor busca desesperado su reflejo en el negro néctar de una taza en Valparaíso para entender algo de su patética existencia. Los gitanos leen tu suerte, en mano, de la pluma de una gallina, y si eres del bouquet cafetalero, también tu futuro se encuentra escrito en sus granos sin pergamino. Según mis cálculos, en el mundo se consumen 875,000,000,000  tazas de café al año (se acopiaron 7 millones de toneladas de café al año, se necesitan 8 gramos para una taza de 120 mililitros, you do the math)  Esto sin contar la cantidad de polvo soluble que se consume en vasos de unicel con agua hirviendo. No vale preguntar si es robusta o arábiga, si el pergamino fue eliminado en seco o en humedal. No vale la pena. Expresso doble. Para la dama un Moka. Pero la verdad es que si vale la pena preguntar si es turco arábigo o robusta de Martinica. Por favor, déme el café más fuerte que tengas. El café prohibido en La Meca, sí, una taza de ese pecado. Evito la leche. He visto campesinos que de un corte de machete te roban la mano ante tal sacrilegio. Pero yo soy del mundo de la diversidad. Acepto leche. Con la única condición de que sea café real; con dulces, bombones o leche de camello, pero café real. Café sin cafeína es un taco sin tortilla, es un humano sin alma. Es una broma pesada a tu mundo.


      Del café debo añadir que lo mejor es buscar tu taza, LA TAZA para realizar la prueba de café. Pues tazas hay y de tazas se sabe quien es uno. Juzgo a las personas por su taza, después por su café. Una taza de barro espera siempre un buen coffee de tostado artesanal. La olla de café es buena el día de visitas. Las tazas de Los Ángeles o de Las Vegas son para el peor de los cafés que he probado en mi vida. Una taza blanca, chata y de semblante bonachón espera segura un café negro de muerte, espumoso y cargado de todo su iracunda cafeína; ese que te somete con su diurna taquicardia, náuseas prematuras, y la desorientación necesaria para dudar de tu nombre católico y tu razón de existir. Si no sabes tu razón de existir, entonces sólo habrás de preocuparte por buscar tu nombre, el cual se encuentra en tu billetera; en el bolsillo pequeño encontrarás una identificación del todo extraña con la imagen de una personas que poco se parece a ti. Ese nombre es ahora tuyo, repítelo un centenar de veces y recuérdaselo a tus colegas para que te nombren así, de tal manera que quedes bautizado de nuevo.

      Si tiras café al tomar, es una excelente señal de tu temple. Ese río de café habla mucho de su alta calidad. No cualquier café busca evadirse de la digestión humana, pocos son quienes buscan inmortalizarse en los libros, sabotear computadoras, o al menos morir en el platillo con su sangre derramada en su último intento de fuga. En su mancha lograrás entender la vena que circula por su larga historia desde las junglas brasileñas en barco hasta los mercaderes de Venecia. Fue allí y no otro lugar donde el café se volvió coffee. Se volvió el privilegio de los amaneceres. Te servirán mejor café en una cafetería de Soho que en Mexicali. Eso es indudable. Es mejor el café que te sirvan en un latifundio perfumado de la capital guatemalteca que en una ranchería veracruzana. El café se lleva bien con la alta clase y con los decorados folklóricos. El buen tueste es un arte que consume tiempo. Y sin duda los cafés de clase se llevan bien con la sonsa imagen de un cafetalero colombiano cargando los sacos de yute con sesenta kilogramos de grano y de paso una sonrisa. Según se, lo único que hace a un campesino cafetalero realmente feliz, es levantarse por la mañana, caminar sierra adentro con nadie mas que el silencio del monte, y encontrarse con los cafetos floreados, abandonando su suave aroma a jazmín con naranja y nuez sobre la tersa niebla del humedad.


    El café es nuestro, el hijo pródigo símbolo de nuestra humana evolución. El café es un saludo a la realidad, contenido una esfera del vivo reflejo de nuestra pupila. Ni el cafeto ni sus cerezas tuvieron idea alguna del futuro que les deparaba el destino, lo que juntos serían en un mundo humano/ industrial. Ignoraban que alcanzarían las bendiciones del oro, que serían ovacionados como heroína; cuidados como príncipes del bosque de la sierra por toda  una sociedad hambrienta por energía. Un poquito más de fuerza te pido, una taza más suplico, una taza más para seguir tenazmente en este bello mundo de perdición.

Periodista Invitado